Había una vez, un niño que se llamaba
Santiago, tenía el cabello castaño y los ojos verdes.
Los padres de Santiago trabajaban en la
ciudad en donde vivían. Por las mañanas dejaban a Santiago en la escuela. Allí
los niños aprendían a leer y escribir, también jugaban a la pelota.
Un día, Santiago se encontró con que
había llegado un nuevo compañero de clase, y que éste era de color negro, su
nombre era Mauricio.
A la hora del juego a la pelota, todos
los niños se dieron cuenta de que Mauricio jugaba muy bien a la pelota,
únicamente Santiago se sintió mal, porque antes, él era el mejor en el juego a
la pelota.
Cuando terminó el juego, Santiago reunió
a sus amigos y le dijo que Mauricio no era igual que ellos, porque era negro;
que había leído sobre un país que se llamaba Sudáfrica en donde los negros
estaban separados de los blancos; que era muy peligroso juntarse con los
negros, porque estos eran malos. Entonces, nadie quiso jugar con Mauricio,
todos jugaban y gritaban de contentos. Solamente Mauricio estaba triste, se fue
a una esquina de la escuela y lloraba y lloraba; hasta los árboles y los
pájaros se sentían tristes al ver a Mauricio.
En la noche, Santiago le contó a sus
padres, que había llegado un niño negro a la escuela. El padre le respondió que
le alegraba que tuviera un nuevo amigo, pero que no entendía porque le decía
que el niño era negro, si todos somos iguales.
Santiago se sintió mal, pero se dijo a
sí mismo, mañana les diré a mis compañeros que todos somos iguales.
Santiago se fue a la cama, se seguía
sintiendo mal por haber dicho que los niños negros no eran iguales y que eran
malos, sin embargo, se decía que no había mentido, porque él había leído sobre
el país que se llama Sudáfrica.
Santiago se fue quedando dormido y empezó
a soñar ya soñar... Ahora vivía en otra ciudad, su nombre no era Santiago, sino
Benjamín, y cuando se vio sus manos eran de color negro, entonces, se asustó y
preguntó en que país vivían y le respondieron que se llamaba Sudáfrica. Su
madre se le acercó y le dijo: -Levántate Benjamín o llegarás tarde a la
escuela. Se le quedó mirando a su madre y se dio cuenta de que era su misma
madre, sólo que de color negro. Madre -le preguntó- ¿En dónde está mi padre? La
madre con lágrimas en los ojos le respondió: -Hijo, tu sabes que está en la
cárcel por luchar para que seamos todos iguales, para que blancos y negros
estemos unidos.
Benjamín se fue a la escuela y se dio
cuenta, de que habían escuelas para niños blancos y escuelas para niños negros,
entonces se recordó de Mauricio y la forma como lloraba. Acá era todo un pueblo
que lloraba.
Al salir de la escuela, Benjamín pidió a
su madre que lo llevará a la ciudad, pero le dijo que allí no entraban los
negros, -Pero madre, si somos iguales, decía Benjamín-. La madre lo miraba y lo
acariciaba con todo el amor del mundo. -Ven hijo, vamos a ver a tu padre- le
dijo su madre, y se fueron a una prisión de sólo negros.
Allí estaba su padre, únicamente que
tenía el color negro, pero era el mismo. Entonces se recordó que la noche
anterior le había dicho de que todos éramos iguales; ahora se daba cuenta de
que eramos todos iguales. Allí estaba su padre y su madre, sólo cambiaba el
color. También se dio cuenta que el color de la lucha por la igualdad era el
más bello de los colores.
Corrió y abrazó a su padre, lo besaba y
lo besaba con toda la ternura de las estrellas, -Padre mío- te amo con toda el
alma, le dijo Benjamín. El padre lo acariciaba y le empezó a recitar unos
poemas muy bellos, porque su padre era poeta. Le decía: La noche es muy bella,
tiene blancas y brillantes estrellas en la oscuridad, no podemos separar a las
estrellas de la noche, por eso es muy bella, blanco y negro, viven en paz.
Cuando iba de regreso a su casa, por el
camino de los negros, pensaba en lo injusto de ese país, y en lo injusto que él
había sido con Mauricio.
Cuando llegaron, su madre lo besó en la
frente y le dijo: -Benjamín, prométeme que nunca causarás sufrimiento a otra
persona porque sea de otro color, prométeme que lucharás para que todos seamos
iguales. -Si madre, te lo prometo-, respondió Benjamín.
Sin embargo, la madre lloraba sin
consuelo, y entre lágrimas le dijo: -Hijo, tienes que ser muy fuerte, mañana tu
padre morirá por luchar por la igualdad de los seres humanos, el Gobierno de
Sudáfrica lo ha condenado a morir. Benjamín se fue en silencio a su cama, las
lágrimas caían de sus ojos como cuando llueve, en medio del llanto se quedó
dormido, su último pensamiento fue para su padre.
A la mañana siguiente, se despertó con
mucha tristeza. iMadrel iMadre!, gritaba. Vamos a ver a mi padre, hoy es el
último día que lo puedo ver. Cuando de pronto se encontró con su padre que le
dijo: ¿Oye Santiago, que es eso de que hoy es el último día de que me puedes
ver? Entonces se dio cuenta, que estaba frente a su padre, que todo había sido
un sueño y lo abrazó como nunca.
Padre mío, somos todos iguales, le decía
muy contento. Luego llegó su madre y también la abrazaba Santiago. Ellos no
entendían que pasaba, pero se daban cuenta de que Santiago había tenido un
sueño. Cuando Santiago les contó el sueño a sus padres, y también lo que había
pasado con Mauricio; estos le dijeron: -Bueno hijo, tú ya sabes qué debes de
hacer con respecto a Mauricio.
Cuando llegaron a la escuela, Mauricio
estaba en una esquina con la mirada triste, en eso llegaron todos los niños de
la escuela, porque ya Santiago les había contado la verdad y el sueño de la
noche anterior. Entre todos le pidieron perdón por su comportamiento, además lo
nombraron capitán del equipo de pelota.
Todos los niños y los profesores de la
escuela, firmaron una carta en donde le pedían al Gobierno de Sudáfrica, que
terminara con la discriminación, y que todos tenían el derecho a votar y
gobernar el país, que el gobierno debería ser de la gran mayoría de los
habitantes, también enviaron copia de la carta, a la ONU.
Desde entonces, el equipo de la escuela,
es campeón, no únicamente en el juego de la pelota, sino también en la lucha
para que todos seamos iguales.